Ayer por la mañana, mientras Sofía se estrenaba en el mayor rocódromo del mundo, yo me fui a disfrutar de una mañana de pajareo en Musselburgh por mi cuenta. Aunque por primera vez esta semana la mañana lucía francamente soleado, el frío y, sobre todo el viento, eran bastante molestos, y no me sobró ninguna de las muchas capas de ropa que llevaba puestas. El vieno y el birdwatching no son buenos amigos: en tierra los pajarillos son reacios a moverse y volar, y uno se los come con patatas; y en el agua, al encresparse la superficie, localizar bichos que nadan (y que además bucean) entre las olas se vuelve bastante complicado. Aun así, y como puede que fuera la última vez que podría acercarme visto lo poco que me queda aquí, había que ir; y además de poder ver haveldas otra vez me encontré con el simpático bichillo de la foto de abajo, mi segunda observación de escribano nival Plectrophenax nivalis. Los nivales son pájaros muy agradecidos: gordotes y tranquilos, se dejan aproximar bastante y contemplar a placer... ojalá fuesen todos tan bien educados; en fin.
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