Como cada año desde que empezó la Tesis, en cuanto despunta la primavera Jaime desaparece en su “despacho”, y si uno quiere quedar con él la única forma segura es acompañarlo a pasar un día en la dehesa de Soto del Real. Lo que, por otra parte, no es en absoluto una tortura... Así que el domingo, aunque hubo que madrugar un poquillo (tampoco tanto), me subí con él a ver de primera mano lo que ahora os comento.
Este año las cajas lucen un tanto extrañas con los conos que les han colocado sobre el techo. Aunque recuerden a los cucuruchos de papel de aluminio de Señales, su papel es combatir las artimañas de un peligro mucho más real para los nidos que los extraterrestres: las ginetas y demás expoliadores que el año pasado hicieron estragos en la colonia de cría.
La medida está resultando ser muy efectiva, y por todas partes había cajas ocupadas con huevos o pollos en distinto grado de desarrollo en las que hacer algo.
Este año las cajas lucen un tanto extrañas con los conos que les han colocado sobre el techo. Aunque recuerden a los cucuruchos de papel de aluminio de Señales, su papel es combatir las artimañas de un peligro mucho más real para los nidos que los extraterrestres: las ginetas y demás expoliadores que el año pasado hicieron estragos en la colonia de cría.
La medida está resultando ser muy efectiva, y por todas partes había cajas ocupadas con huevos o pollos en distinto grado de desarrollo en las que hacer algo.
Aunque parezca increíble, uno puede clavar una jeringuilla en un huevo e inyectar lo que toque sin que no solo este no se rompa, sino que encima se desarrolle con total normalidad. El aparatito de debajo del huevo contiene una pequeña linterna para ver dónde hay que pinchar.
Y va de pinchazos hoy: a algunos de los pollos se les coloca también un microchip, como los de las mascotas, para poder identificarlos sin necesidad de capturarlos de nuevo. La destreza con la que Jaime abría una pequeña incisión en la piel del cuello del estornino, la levantaba, introducía el microchip y cerraba el orificio con una sutura adhesiva con una delicadeza extrema y sin que saliese una gota de sangre, era digna de admiración.
Y además de las aves, en constante actividad, se dejaban ver aquí y allá otras criaturitas encantadoras como este sapo corredor Bufo calamita...
... o esta ranita de San Antón Hyla arborea; especie que, acostumbrado ahora a sus primas meridionales monfragüeñas, hacía ya bastante que no veía. La guinda de la jornada vino cuando, al investigar qué era lo que en un momento dado se había escondido de nosotros en un espino, descubrí una cautelosa culebra bastarda Malpolon monspessulanum, que en un segundo me requebró, desapareciendo como por arte de magia. Era la primera que veía viva y ¡qué preciosidad!; nada que ver con la de hace dos años... Salir al campo siempre le alegra a uno; y más si es tan bien acompañado.
1 comentario:
Mil gracias por tu compañia!!! La verdad que siempre anima la jornada teniendo amigos que te echen una mano, aunque acabaramos con las botas con más liquido dentro que una bota de vino... ¬¬
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