19/4/10

"Operación Alakrana"

Tras plácido fin de semana por el Jerte tocaba volver un poco al pajareo radical, para aprovechar algo este mes de abril que se está prodigando en citas interesantes por toda España… Javi y yo nos marcamos como objetivo un ejemplar de avefría sociable Vanellus gregarius que lleva viéndose cerca de un par de semanas en unos prados en Boecillo, al sur de Valladolid capital. Esta especie amenazada, que cría mayormente en Kazajstán e inverna en África oriental y la India, es sin embargo más o menos regular en nuestro país, siendo raro el año en que no se dejan ver un par de ejemplares.
El bicho parecía más o menos estabilizado en una zona concreta a una distancia en coche asumible desde Madrid; y además a Javi, tras ver una de las inevitables fotos de Sagardía del ave en la que sale con un alacrán cebollero en el pico, se le ocurrió el sugerente titulo que encabeza esta entrada: el viaje estaba más que justificado. Carmen, novia sufridora, nos acompañaría además…

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… Pero ¡oh, desgracia! Una vez en posición en la zona, junto a dos pajareros santanderinos que allí andaban también, la avefría no se decidía a aparecer. El sitio era grande, sí: unos amplios prados semianegados con ganado; pero desde el alto en el que estábamos se veía todo bastante bien, incluyendo las avefrías europeas que, emparejadas ya, incubando las hembras y defendiendo sus territorios los machos, deambulaban también por la zona. El caso es que tras echar la mañana, sufriendo alternativamente aguaceros primaverales y un sol que picaba, se hizo la hora de comer; y como eso sí estaba en nuestras manos nos dimos un buen homenaje.

De vuelta por la tarde la cosa no pintaba mucho mejor… Por lo demás, la colonia de avefrías era una novedad para mí, que nunca había visto estas aves en plumaje de cría, con la cara y el pecho negros. Cada vez que pasaba una corneja o un milano los machos se levantaban a hostigarlos llenos de coraje y de ira asesina. Si era una vaca o un caballo los que, pastando, se acercaban demasiado al hueco en el que empollaba su compañera, no temían tampoco encarárseles, gritando con las alas abiertas. Y, si todo estaba tranquilo se perseguían entre ellos, emitiendo ese curioso canto que tanto gustaba a S sin ser ella especialmente pajarera.
Pero las horas iban pasando inexorablemente, la avefría sociable no se dignó aparecer y nos volvimos a Madrid un puntito cabreados con el mundo… Y como no podía ser de otra manera, al mirar por la noche el correo resulta que otro la consiguió ver ayer mismo a última hora, poco más de una después de que nos fuéramos… Así es la vida.

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