10/3/15

Un jacinto

 Me definí una vez en este blog como "jardinero frustrado que soñaba con llenar de flores la huerta de sus abuelos", y ahora os cuento algo más sobre el tema: una de las muchas facetas en las que se me desarrolló de pequeño el gusto por la naturaleza fue la de la jardinería. O, más bien, la de pensar qué haría si me dejaran con la nariz pegada a los escaparates de los viveros y a las páginas del catálogo Bakker. Algo llegaron a comprarme y algo llegué a plantar allá donde me dejaron, siguiendo la tradición familiar de mezclar cuanto más y peor, mejor... Y como os ponía en la primera entrada enlazada, de entre todas las plantas de jardín, mis favoritas han sido siempre las bulbosas. ¿Por qué? Bueno, me está costando pensarlo para poder escribirlo... suelen ser flores de colores muy vivos, y pétalos grandes y carnosos, que casi dan ganas de morderlos. Flores que además huelen bien, muchas veces. Y está claro el propio bulbo en sí, la esperanza del fruto cierto, algo mucho más manejable y "tangible" que una semilla cualquiera... un poco por todo, supongo.
Superada la infancia, la verdad es que la fiebre jardinera se me ha pasado en grandísima medida, y de hecho es por obra de mi hermano que están en casa las plantas que tenemos, por sorprenderte que os pueda parecer (no porque sea él, sino porque no sea yo). Creo que es un poco por la mentalidad de estar "de paso" inherente a la vida del científico junior: de alquiler y con destino variable, del que sabe que suelen venir mal dadas para las plantas cuando toca mudanza.

Fue pues por mi hermano que entró hace unos meses una maceta con un bulbo de jacinto en casa. La maceta estuvo en el balcón, recibiendo junto con las demás su ración de agua aunque "no pasase nada", creciendo hacia dentro... hasta que hará un mes empezó a pegar el estirón: unas cuantas hojas, y enseguida la espiga floral, azul, cuajada de flores, fragante. Aunque con la calefacción previsiblemente dure menos, la hemos puesto dentro, donde se hace notar ya desde la puerta de la calle. Y lo miro de cuando en vez. Y pienso en un niño gordito hojeando el catálogo de Bakker...

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