26/9/11

Holyrood Park

Al este de la ciudad de Edimburgo, y con el tiempo rodeado por ella, se alza un antiquísimo volcán; con muchos escarpes, y cubierto de hierba baja barrida por el viento y de rodales de tojos en las laderas más resguardadas. Los monarcas escoceses lo designaron cazadero real, y así ha podido conservarse libre de edificaciones hasta la actualidad. El parque de Holyrood, a tiro de piedra de mi casa, es ahora uno de los lugares de esparcimiento más frecuentados por los edimburgueses.
Cada mañana al descorrer las cortinas veo desde mi habitación los acantilados conocidos como Salisbury Crags. En ellos crían algunas decenas de parejas de fulmares boreales Fulmarus glacialis, una especie de ave marina que nunca había visto y que sigo sin ver, ya que la temporada de reproducción acabó apenas días antes de que llegásemos aquí.


Desde la base de estos acantilados, como podréis imaginaros, en los días claros las vistas de la ciudad y de sus alrededores (montes y estuario de Forth) son impresionantes. Y desde el punto más alto (Arthur’s Seat, 451 m) lo son todavía más; pero por falta de batería os quedáis sin fotos hasta la próxima vez.


A los pies del monte muere la Royal Mile, la calle que conecta el castillo de Edimburgo con el Palacio Real de Holyrood, residencia oficial de la familia real británica cuando están en Escocia.


Y se encuentra también el recientemente inaugurado Parlamento Escocés, diseñado por el arquitecto catalán Enric Miralles. Como os he dicho, en días como ayer el monte está tomado por todo tipo de gente, empeñados muchos de ellos (como yo) en hacer cumbre. Y viendo las rocas que había y lo fuerte que soplaba el viento, me sorprende que no se despeñe alguien a diario... tanto mejor, vaya.


Edimburgo no es Madrid, claro; pero tampoco es Lund. Y la verdad, de momento, no estamos pasándolo nada mal...

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