Supongo que no os pongo demasiado a prueba si os pregunto dónde estuve ayer, ¿no? ... Aprovechando que por San Isidro tenemos un fin de semana largo, vino el jueves mi madre a vernos a mi hermano y a mí. Ayer nos acercamos a Segovia, una de las ciudades de visita obligada a la que, por tenerla tan a mano desde Madrid, no habíamos ido nunca...
Y me encontré con una ciudad que me gustó mucho, mucho más de lo que esperaba, mucho más de lo que las pocas fotos que me entretuve en sacar con el móvil podrían atestiguar. Tras la "decepción" inicial tras comprobar que el Acueducto era más bajo de lo que pensaba, todo el día fue en continuo ascenso: empezando por la majestuosidad del propio Acueducto, claro, y después el encanto de la ciudad vieja, la Catedral y el Alcázar; todo esto con guía dentro de un grupo organizado por la mañana. Por la tarde nos envalentonamos y fuimos ya por libre a descubrir conventos, finalizando con los artesonados excepcionales del de San Antonio el Real.
Segovia estaba de lo más animada. Llena de turistas, para empezar, tanto que tuvimos que dejar el primer autobús que pensábamos coger para ir. A los turistas "habituales" se les sumaban los llegados con motivo del Titirimundi, que ya por la tarde traía a los críos locos de esquina en esquina. Animados estaban los cielos también con los gritos y las piruetas de las chovas, ave nada habitual en medios urbanos. Y a éstas se sumaba todo un cortejo de aves de roquedo: aviones comunes y roqueros, colirrojos, grajillas, gorriones chillones... y cigüeñas, buitres, milanos... vamos, que no se quedaba uno sin cosas que ver.
Incluidas curiosidades como las famosas "tejas a la segoviana". Y para no cerrar la entrada con esta tontada, os cuelo una foto del valle del Eresma visto desde el Alcázar. Y hasta que volvamos a vernos.
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