Lc XIII, 4-5: ¿O aquellos 18 sobre los que cayó la torre en
Siloé, y los mató; ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que
habitan en Jerusalén? No, os lo digo.
1 Cor XV, 32: Si los
muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Todos los días mueren millones de personas, pero de vez en cuando una catástrofe, como el accidente del avión del pasado miércoles (gente que va o vuelve de sus vacaciones, niños...), nos conmociona vivamente y nos hace tomar conciencia de que estamos en este mundo de prestado. He oído demasiadas veces estos días, en tertulias de radio o televisión, en los bares, paseando por la calle... comentarios a este respecto que invitan por lo tanto a vivir al día y a disfrutar a fondo de cada momento. Son comentarios bienintencionados, ciertamente, pero que muchas veces se plantean con un fondo amargo y sin esperanza.
También en tiempos de Cristo sucedían estas catástrofes imprevistas, y el Señor toma pie de ellas para, con muchas parábolas, explicar la necesidad de estar siempre preparados para bien morir; para pasar, a través de la muerte, de la vida a la Vida, con mayúsculas. Por lo demás, no hay que tener miedo: Dios es nuestro Padre, y no un asesino al acecho, esperando a que demos un traspiés para acabar con nosotros. Podemos tener la seguridad de que, por muy traumática que sea la forma en que se presente, la muerte llegará para nosotros en el mejor momento...
Seguro que todo esto se lo estarán explicando a los allegados de los fallecidos (y mucho mejor que yo) los numerosos sacerdotes que están en el IFEMA ofreciendo su ayuda (“casualmente” no suelen aparecer en las noticias, pero ahí están). Y si tú no puedes hacer nada más, recuerda que siempre puedes hacer lo mejor: Rezar; por el eterno descanso de sus almas y por que sus seres queridos hallen el consuelo que necesitan.
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