De todos es sabido que las luces encendidas de noche atraen a los insectos. Extenuados tras dar vueltas y más vueltas a su alrededor, acaban posándose cerca, donde muchas veces se les puede sorprender durante la misma noche o a la mañana siguiente. Por eso, cuando me coincide andar de noche por las calles, suelo irme fijando en las paredes cercanas a las farolas, por si hay alguna cosa curiosa a la que merezca la pena dedicarle un rato. Y cuanto más gordos, mejor: tettigónidos grandes y verdes, como hojas de lechuga que muerden; polillas peludas de todas las formas y colores; y mis preferidas con diferencia, las mantis religiosas, de aspecto extraterrestre...
... El escarabajo más grande que recuerde haber visto llevaba varios días en el mismo sitio, bajo el voladizo de un balcón, más o menos metido en una maraña de cables de la luz y del teléfono que se juntan en el mismo lugar. Lo vi una noche yendo al café con mis padres, y lo he estado viendo día tras día, mientras discurría el modo de cogerlo. Pese a ser un primer piso, el balcón está alto; lo suficiente como para que no se le llegue con una escoba o similar. Y además allí, en medio del pueblo, qué vergüenza... Total, que (como era de esperar) en los dos últimos días que pasé fuera de Vilar el bicho desapareció; y me quedo con las ganas de saber qué era. Abultaba más que una hembra de ciervo volante, tal vez fuese algún gran cerambícido, pero desde debajo no se le veían antenas largas... A saber.
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