Desde que Linneo estableció las bases de la taxonomía moderna y hasta mediados del S. XX, la clasificación en rangos crecientes (desde especie hasta reino) de los seres vivos se vino realizando en base a criterios morfológicos. Pero una vez descubierto que el ADN era la molécula portadora de la herencia genética de los individuos, y al comprenderse las implicaciones últimas de este hecho, las técnicas moleculares (mayormente genéticas) aplicadas a la taxonomía han venido a revolucionarlo todo. El planteamiento general es simple: dado que el ADN de una célula cualquiera de un individuo codifica toda la información necesaria para construir otro individuo idéntico, cuanto más se parezcan dos genomas más emparentados estarán los individuos de los que proceden. Y si bien la sistemática molecular muchas veces refrenda lo descrito por la sistemática clásica, a veces sus conclusiones chocan de lleno con el orden establecido.
Esto es un poco lo que está pasando con las aves. Cuando uno coge un tratado de ornitología se encuentra normalmente los distintos grupos de aves en un orden determinado, que refleja sus relaciones de parentesco según la sistemática clásica, que analiza multitud de detalles taxonómicos, a veces increíblemente sutiles. Las aves presentan un problema a mayores, por ser un grupo que sufrió una radiación muy fuerte a principios del Terciario (tras la extinción de buena parte del grupo: los dinosaurios), de forma que prácticamente todos los órdenes actuales llevan mucho tiempo evolucionando separadamente, sin apenas formas intermedias (“eslabones perdidos”) que ayuden a establecer relaciones de parentesco. La genética ha estado tocando las narices desde hace bastante tiempo, pero normalmente sólo estableciendo diferencias a niveles “bajos”; específicos o genéricos. Pero la semana pasada se publicó un pequeño pero denso artículo (A phylogenetic study of birds reveals their evolutionary history. Shannon, J. H. et al. 2008. Science 320: 1763-1768) destinado a revolucionarlo todo: varios equipos de investigación de todo el mundo han estudiado un total de 19 genes de 169 especies distintas de aves, cubriendo todos los grandes grupos existentes, y obteniendo resultados sorprendentes...
Esto es un poco lo que está pasando con las aves. Cuando uno coge un tratado de ornitología se encuentra normalmente los distintos grupos de aves en un orden determinado, que refleja sus relaciones de parentesco según la sistemática clásica, que analiza multitud de detalles taxonómicos, a veces increíblemente sutiles. Las aves presentan un problema a mayores, por ser un grupo que sufrió una radiación muy fuerte a principios del Terciario (tras la extinción de buena parte del grupo: los dinosaurios), de forma que prácticamente todos los órdenes actuales llevan mucho tiempo evolucionando separadamente, sin apenas formas intermedias (“eslabones perdidos”) que ayuden a establecer relaciones de parentesco. La genética ha estado tocando las narices desde hace bastante tiempo, pero normalmente sólo estableciendo diferencias a niveles “bajos”; específicos o genéricos. Pero la semana pasada se publicó un pequeño pero denso artículo (A phylogenetic study of birds reveals their evolutionary history. Shannon, J. H. et al. 2008. Science 320: 1763-1768) destinado a revolucionarlo todo: varios equipos de investigación de todo el mundo han estudiado un total de 19 genes de 169 especies distintas de aves, cubriendo todos los grandes grupos existentes, y obteniendo resultados sorprendentes...
Si no te interesa mucho el tema, con esto habrás tenido bastante; y si sí te interesa, aquí puedes consultar un comentario mucho más amplio y bajarte el artículo (o pídemelo y te lo mando, si no tienes acceso a Science on line).
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