Justo frente a mi portal está el convento de San José, Jesús y María (MM. Concepcionistas), donde se comulga con ambas especies y viven las monjas de clausura que con más ganas y peor cantan de toda la ciudad. Como me queda tan a mano, los días que me tengo que levantar pronto aprovecho para ir a Misa ya allí.
Aunque la comunidad ya llevaba tiempo instalada en el solar, el edificio actual fue sufragado por no se qué condesa de comienzos del siglo pasado, que aprovechó luego para enterrarse allí, al amparo de las oraciones de las religiosas. La iglesia, de estilo “neo-algo”, posee profusión de santos por todas las paredes, destacando entre todos ellos un descomunal San Nicolás de Bari, acompañado de una simpática escultura de la tinaja donde se guardaban los niños encurtidos resucitados por su intercesión.
El capellán, adalid del lenguaje paritario, se deshace en "hermanas y hermanos", “pecadoras y pecadores”, y “nosotras y nosotros”; siendo por lo demás un predicador de campanillas. Suele incluir extensísimas peticiones en medio de la Oración de los Fieles, donde acabamos pidiendo por todo lo pedible. Llegada la hora de dar la paz, reparte saludos entre los asistentes de los primeros bancos (o entre todos si somos pocos, como suele suceder entre semana). Animadas por su ejemplo, las tres chiquillas del sacristán (que siempre se pelean por llevar las dos cestas de las ofrendas), se dedican, empezando por su padre y el ciego que siempre se sienta en el primer banco, a repartir la paz por toda la iglesia; a exigirla incluso, si algún anciano está despistado, absorto en sus oraciones…
6/7/08
Blasco de Garay, 51-53
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