10/8/14

Rusia salvaje

Voy a hablaros hoy de una cosa que me cuesta creer que no haya mencionado antes en el blog, aunque he estado buscando y no he visto nada… quizás es sólo que de tanto discutirlo con algunos de vosotros creo que es algo de lo que ya he hablado con todo el mundo: mi “síndrome de inseguridad biogeográfica”. Toma ya. Este fenómeno tiene una explicación bien sencilla: cuando salgo al campo, gran parte del placer experimentado al contactar con la naturaleza proviene de que sé poner nombre a buena parte de las cosas que me rodean (pájaros, árboles, herpetos, las flores o los invertebrados más conspicuos…); y sé más o menos qué se come a qué, dónde cría cada cosa, cuándo se espera que algo esté presente y cuándo no…: en definitiva, cosas que hacen que me sienta a gusto, como en casa. Y, dentro de esta zona de seguridad, las pequeñas “perturbaciones” (mis queridas rarezas ornitológicas, ver fuera de temporada alguna especie, descubrir alguna otra en un lugar donde no creía que la hubiera…) le añaden mucho interés al asunto. También los cambios graduales: Escandinavia, por ejemplo, o las Canarias, por decir sitios donde he estado; sitios donde con respecto al estándar ibérico la situación cambia lo suficiente como para hacer de la experiencia un descubrimiento constante y placentero, pero no tanto como para tener que decir “tú, no tengo ni la más remota idea de qué es lo que me rodea…”. Por eso, y aquí viene la parte de conflicto, el pensamiento de un cambio radical me trastoca más que me gusta: digo con pleno convencimiento que, si me ofreciesen… diez días de bicherío a gastos pagados, escogería antes Grecia o Marruecos que cualquier destino selvático. Y es que me gusta por ejemplo muchísimo más descubrir algo que es “casi como lo de aquí, pero no” (como por ejemplo un petirrojo de Okinawa, que pese a la coloración distinta tanto recuerda en maneras al europeo) que cualquier bicho excéntrico de una familia exclusiva de Sudamérica…

Esto no quita (y voy ya al tema de la entrada; menudo rodeo global he dado) para que disfrute viendo documentales de cualquier parte del mundo… que en cierto modo además me van preparando para cuando toque pelearse con esos ecosistemas a brazo partido; pero la verdad es que me gustan especialmente los referentes a zonas con las que de entrada estoy más familiarizado. Estos días de agosto de ocio vespertino llegué a tiempo de pillar en La 2 una serie de la que sabía hace años, pero que nunca había conseguido encontrar: Rusia salvaje. Lamentablemente, de los seis programas de la serie sólo conseguí ver dos… hasta que, tras comentárselo, Álex me enseñó DocumaníaTV: una especie de YouTube de documentales donde estaba la serie entera, y muchas otras más... No, no me deis las gracias a mí por salvaros las tardes de verano, dádselas a él.

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