7/5/10

Un, dos, tres...

Hace bastantes años entró en casa un libro llamado El día de las hormigas, de Bernard Werber. Era una novela, con algo más de ficción que de ciencia, que describía de forma paralela la vida de una serie de personas y de las hormigas “humanizadas” de un hormiguero. Cada vez que comenzaba uno de los párrafos dedicados a las hormigas, a modo de diario, citaba no sólo el día y la hora, sino también (y es un detalle que me gustó especialmente) la temperatura…
Viene esto al caso de que en esta primavera repentinamente refrigerada resulta muy ilustrativo ver cómo esto afecta a las afanosas hormigas del género Messor, que andan de acá para allá en sus organizadas hileras llenando sus colonias de semillas. Este género posee obreras polimórficas, unas pequeñas y otras grandes y muy cabezonas que trocean y transportan las semillas grandes que localizan las primeras. Y como la temperatura va activando las hormigas según su tamaño, los días en que ni sí ni no las pequeñas se mueven con normalidad y las grandes están aletargadas, todas congeladas en fila, como si estuvieran jugando al escondite inglés… Pues eso, una cosa más en la que fijarse.
Y como tangencialmente tiene que ver con esta entrada, de regalo, esto:


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