Otro sábado más que me vuelvo con Jaime a la dehesa boyal de Soto... ¡Y madre mía, que primavera más poco lucida estamos teniendo...! Ayer al menos nos ha respetado algo el tiempo: Estuvo todo el día cubierto, pero no empezó a llover hasta que cerrábamos la última caja nido y volvíamos al coche.
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No ha sido así toda la semana, empero, ya que el martes y miércoles en que tanto se dejó sentir el frío y el viento en la capital, aquí llegó a nevar de nuevo; y el aire desgajó ramas, tumbó árboles y destruyó numerosas puestas. Además del riesgo de descalabro personal Jaime y el resto de los miembros de su equipo han perdido así gran cantidad de las nidadas con que experimentan. Cosas de la estocasticidad...
La dehesa de momento es bastante poco “boyal”, ya que (para mi tranquilidad) al ganado no lo traen aquí hasta San Isidro, el próximo sábado. Cuando lleguen, reses y caballos se van a encontrar con unos pastos exuberantes no, lo siguiente. Aunque por el tiempo que hemos tenido no hubiera hecho tampoco tanta falta, de vez en cuando inundan zonas de pradera para que la hierba crezca más rozagante aún.
La dehesa de momento es bastante poco “boyal”, ya que (para mi tranquilidad) al ganado no lo traen aquí hasta San Isidro, el próximo sábado. Cuando lleguen, reses y caballos se van a encontrar con unos pastos exuberantes no, lo siguiente. Aunque por el tiempo que hemos tenido no hubiera hecho tampoco tanta falta, de vez en cuando inundan zonas de pradera para que la hierba crezca más rozagante aún.
La principal tarea de hoy fue anillar, medir y pesar los pollos que cumplían siete días de edad; además de otras pruebas que, por secreto profesional, no voy a contar aquí :-)
Y así echamos el día. Tras tirarme toda la semana en la Facultad como quien dice de sol a sol necesitaba salir al monte casi como el comer. Los brotes tiernos de los rebollos, rosados como los dedos de la Aurora, vibraban con la brisa en las copas. Al caminar nos abríamos paso entre espesuras blanquísimas de espinos albares; y a nuestros pies estaba todo cuajado de flores azuladas: jacintos, nazarenos y centáureas como la de abajo. Y oropéndolas por doquier; ayer era el día de las oropéndolas: Silbando invisibles desde las copas a pesar de su colorido tropical, maullando como arrendajos otras veces y atravesando los claros como flechas, persiguiendo los machos a las hembras y zurrándose entre ellos... ¡Y yo que este verano no tengo campo...!
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