Ayer en el Juan Carlos I no sólo echamos de menos (otra vez) a los zorzales alirrojos; sino también a las avefrías europeas Vanellus vanellus que pudimos ver la semana anterior. La avefría es una de las limícolas que más me gusta: Corpulenta, de aspecto casi “gallináceo”, como todos los chorlitos; con unos tremendos ojazos negros y su graciosa cresta puntiaguda. Aparentemente blanquinegra en la distancia, de cerca es posible apreciar las irisaciones verde musgo de su espalda, y el leve tono crema que adorna las caras de los individuos en plumaje invernal. Los bandos en vuelo recuerdan, con sus alas anchotas y redondeadas, a montones de mariposas, virando del negro al blanco según suban o bajen las alas, y mostrando de cerca además el llamativo rojo ladrillo de las infracoberteras caudales.
Aunque cría escasamente en zonas húmedas de toda la Península, la avefría, como su nombre tradicional indica, es un ave eminentemente invernal en España. Bandos enormes de estas aves cubren las campiñas costeras cantábricas, los barbechos castellanos o las vegas del Guadiana. Característicamente, cuando en medio del invierno se producen temporales especialmente fuertes, se producen fugas de tempero de estas aves desde el norte de Europa, y llegan bandos enormes, medio muertos de hambre, buscando lugares libres de nieve donde comer. Y es tan fácil matarlas en estas condiciones (días de fortuna, se les llama), que la caza se prohíbe. Y se prohibió desde el fin de semana anterior, pero llevamos toda la semana conociendo vía Internet noticias de furtivos jactándose de perchas de decenas de aves... Cuesta decidir cuáles son los auténticos “cabezas de chorlito”.
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