10/5/14

De camino al norte, por tierras conocidas (Guarismos, I)

 ¡Por fin! Por fin saco un rato para comentaros los pormenores del viaje a la sierra de Guara del pasado puente de mayo. Aunque no creo que a la vuelta de los años recuerde nada con nombre científico de este viaje (salvo una flor a la que ya le tocará el turno, jeje), la verdad es que dio mucho de sí; buena prueba de ello es la cantidad de fotos que fui sacando. Tanto dio de sí que de hecho sólo el viaje a Guara da para una entrada propia... ésta es.

De camino al Prepirineo, fuimos deteniéndonos en todos los lugares en que, hace ya casi siete años, nos detuvimos Javi, Mario, Gae y yo en nuestra subida y bajada a Benasque (hay que ver, qué poco me explayaba yo de aquellas; se ve que tenía cada día muchas cosas que contar y no tenía que alargar los sucesos de los viajes ad nauseam, jeje...). Nuestra primera parada con foto fue el Pueblo Viejo de Belchite, aunque no entramos a ver las ruinas de la Guerra Civil, contentándonos con rodearlas un poco desde fuera. Os invito sin embargo a que busquéis imágenes por Internet, que hay muchas y, desgraciadamente, muy bonitas. Digo "desgraciadamente" porque mejor sería que la guerra no hubiera pasado por España, pero es cierto que los edificios en ruinas (estoy pensando ahora en Saint Andrews) provocan una especie de atracción morbosa difícil de explicar...

Belchite no es un lugar muy conocido para casi nadie, y si lo es, es por las ruinas que acabo de mencionar. Pero a los que nos movemos por el mundillo nos suena además (o "antes", más bien, en mi caso), por ser donde se encuentra la reserva ornitológica de El Planerón, la primera reserva privada que empezó a gestionar SEO/BirdLife, para proteger su completa comunidad de aves esteparias.

 El contraste de colores de la zona: los cerros mil veces lavados por la lluvia, la tierra rojiza, la vegetación entre verde y gris, el cielo, según le dé... le dan a la zona un encanto muy especial; no es necesario que haya un bosque impenetrable para que aflore el sentimiento de "esto hay que conservarlo". Y además, a pesar de que el sol apretaba, la verdad es que la vida bullía por todas partes; aunque, eso sí, de manera discreta.

 Discreta es la coloración de las terreras marismeñas Calandrella rufescens, especie de alondra que me taché aquí en mi primera visita y que no había visto nunca tan bien. Aprovechando que las teníamos al lado del coche peleándose, trinando y llevando cebo en el pico para sus pollos, Vero les sacó unas fotos la mar de buenas.

 A ellas y a sus parientes las terreras comunes Caladrella brachydactyla...

 ...y a las calandrias comunes Melanocorypha calandra, que resultaron ser las alondras más abundantes de la zona.

 Tras comer a la escasa sombra de unos olivos raquíticos, y como no habíamos tenido suficiente desierto, nos dedicamos luego a culebrear tranquilamente por Los Monegros, donde la vegetación original se intercalaba ya con manchas de cereal. Al bajar del coche a tomar algunas fotos en la zona de arriba, levantamos un lagarto ocelado Timon lepidus bastante majo, que cruzó corriendo la carretera y se refugió bajo una retama...

 Y al ver después la foto de Vero, descubrimos que no era el único que nos vigilaba desde su refugio, jeje.

Ya por compensar tanta sequedad, y por sumar alguna especie acuática a la lista de bichos del viaje (aunque poca cosa se movía), acabamos el día junto a la laguna de Sariñena, una de las más grandes del interior peninsular. Y ya de allí a Sabiñánigo, que sería nuestro campamento base los días siguientes... campamento base bastante mal escogido, por cierto, pues casi todo lo que visitamos en días sucesivos quedaba al otro lado del tedioso puerto de Monrepós. Lo que tiene no saber...

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