El día amaneció nublado, y fuera caía una llovizna heladora... Era talmente como un precioso día otoñal de Mallorca, y por completar el fin de semana de turismo sin salir de Madrid mi hermano y yo decidimos ir a la feria de productos baleares de la Plaza de Colón.
En la plaza había una serie de pabellones, y una cola enorme de gente que, bajo la lluvia, esperaba para entrar en uno de ellos. Como la cola apenas avanzaba, y por otra parte había gente que entraba en el mismo sin más, me acerqué a ver qué estábamos esperando: Dentro del pabellón había una fila de puestos, y los integrantes de la cola iban pasando solemnemente de uno a otro, picando de lo que fuera que se ofreciese. Y, como en el primer puesto daban buñuelos, y cuando se acababan había que esperar a la siguiente remesa, pues he ahí el origen de la fila.
En la plaza había una serie de pabellones, y una cola enorme de gente que, bajo la lluvia, esperaba para entrar en uno de ellos. Como la cola apenas avanzaba, y por otra parte había gente que entraba en el mismo sin más, me acerqué a ver qué estábamos esperando: Dentro del pabellón había una fila de puestos, y los integrantes de la cola iban pasando solemnemente de uno a otro, picando de lo que fuera que se ofreciese. Y, como en el primer puesto daban buñuelos, y cuando se acababan había que esperar a la siguiente remesa, pues he ahí el origen de la fila.
El premio a tan larga espera al frío no era más que el mentado buñuelo, un pedacito de sobrasada, una galleta y otro pedacito de queso; pero siempre resulta entretenido ver cómo los menos pacientes resoplan y se desesperan, y cómo se encienden cuando algún listillo intenta colarse y asaltar las bandejas haciéndose el loco. No lo diré muy alto, pero creo que aquí en Madrid la gente disfruta más con la cola en sí que con lo que sea que aguarda al final...
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