12/1/15

Salto de fe (Sol de invierno, y III)

 La playa de La Soledad está separada del casco urbano de Laredo por el monte de La Atalaya. A mediados del S. XIX se empezó a construir allí un muelle. Para facilitar dicha tarea, se excavó un túnel que uniese más directamente la playa con el casco urbano... pero mientras se construía el túnel, una serie de temporales se llevaron por delante el muelle al que debía conducir. El túnel, abierto a una playa llena de cascotes, se puede visitar, como testimonio de que en este país llevamos ya siglos de chapuzas urbanísticas...

 Pero tras una breve despedida del mar, emprendimos ruta hacia el interior, a las tierras que rodean el Gorbea, apenas cubierto de nieve, donde los bosques de hayas y robles se abren en pastos para las ovejas latxas y los caballos de carne.

 Pretendíamos visitar un par de saltos de agua, notorios por su altura y belleza, que se abren en sendas brechas excavadas en la roca caliza por el agua a lo largo de los milenios. El primero el de Gujuli, que por las vicisitudes meteorológicas del invierno en curso apenas sí contaba con agua.

 Y después, por un sendero entre hayedos y pastos, nos acercamos a comer junto al salto del Nervión, la que con sus 222 m es la cascada más alta de la Península. Cuando Iván nos propuso visitar este sitio durante el viaje y, picado por la curiosidad, pues nunca había oído hablar del mismo, busqué fotos por Internet, me sorprendí de que semejante maravilla pudiera ser tan desconocida...

 ... pero claro, es que resulta que dicha maravilla sólo lleva agua cuando llueve mucho o en el deshielo. En el deshielo con que terminó el Pleistoceno hace 10.000 años me atrevería yo a decir, al ver lo seco del paredón por el que debería caer el chorro de agua.

 En cualquier caso, el valle de Délica que se abre a los pies del salto es igualmente bonito corra o no por él el protoNervión, y no me arrepiento de que pasáramos frente a estas vistas los últimos momentos del viaje, antes de volver a Madrid.

Y foto de grupo para el recuerdo, para recordar dar las gracias a todos por su inestimable compañía. Y en especial a Iván, por mover el viaje y poner casa en Laredo; y muy especialmente a Raquel, porque se subió al viaje aportando el coche que necesitábamos desesperadamente cuando ya casi habíamos desistido de poder realizarlo.

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