26/8/13

Anaga (Expedición Autodate, VI)

 Tras cinco entradas sobre las islas, tal profusión de vegetación debería haceros sospechar ya en qué tipo de hábitat nos encontramos... efectivamente, ¡laurisilva! :-D El área recreativa del "Llano de los Viejos" se encuentra en la entrada de la mayor masa de laurisilva de Tenerife: la que crece en la península de Anaga, en el extremo NE de la isla. Nos la vendieron como un sitio fetén para sacar fotos de palomas turqués; y bueno, no fue así, pero sí había barullo de todos los pajarillos forestales pequeños. Y alguna paloma se escuchaba, todo hay que decirlo... Aparentemente (de nuevo, según los paneles informativos) el nombre del sitio le viene por ser el lugar al que los taxistas de La Laguna llevan de merendola a los residentes del asilo el día de San Cristóbal, patrón del gremio (del de taxistas, no del de jubilados).

 Volviendo la vista al este desde el mirador del Pico del Inglés se ve la masa forestal extendiéndose hasta el extremo de la isla; con apenas algunos núcleos habitados y cultivos en la falda de los montes. Semiocultos entre la bruma, se ven asomar al fondo en la costa dos islotes: los roques de Tierra y de Fuera. 
La isla de Tenerife no siempre ha sido como es ahora: fue surgiendo por etapas, por así decirlo; y el macizo de Anaga, que se eleva ligeramente sobre los 1000 m snm en sus picos más altos, es la parte más antigua, lo que hace posible que vivan allí varias especies de vegetales e invertebrados que no se encuentran en el resto de la isla.

 Mirando desde el mismo sitio hacia el oeste, el contraste entre la laurisilva y las zonas áridas que la rodean es tan extremo que instintivamente uno tiende a atribuirlo a la mano humana; y sin embargo es la conjunción de clima y orografía la principal causante del mismo. En realidad estas fotos que os enseño, por malas que sean, son bastante excepcionales, ya que lo normal es que la bruma marina cubra estas laderas durante la mayor parte del tiempo. Lo habitual y lo necesario para que subsista, claro.

 Otra visión de los contrastes; aunque ahora en vertical, desde lo alto del Roque Chinobre. Allí arriba medraba entre las cepas de los brezos una alfombra continua de violetas, de flores pequeñas y en su mayoría ya pasadas. Me gustan las violetas, ya sabéis; pero las vi tan poca cosa que allí se quedaron, sin foto. Y claro, ahora al volver me entero de que son Viola anagae y de que sólo crecen allá arriba...

 Comimos a media ladera, y después descendimos hasta la costa norte de la península, para acercarnos a los Roques de Anaga. Ambos peñascos son bastante míticos, pues albergan las mayores colonias españolas de petrel de Bulwer Bulweria bulwerii y de paíño de Madeira Oceanodroma castro. Confiando ver alguna de ambas especies, nos plantamos con los telescopios en tierra, en una de las curvas de la pista imposible que lleva al asentamiento de El Draguillo. Dragos salvajes, no de jardín, vimos creciendo en el Roque de Tierra; pero de los petreles ni rastro... Tampoco sé muy bien qué pretendíamos, sabiendo perfectamente que acuden a las colonias cuando ya es de noche... supongo que siempre le queda a uno la esperanza de ver al raro petrel que no se ha leído su texto de la guía :-)

 Con el día de caída y el sol pegando de lleno, y como no es que estuviésemos en medio de la laurisilva más espesa precisamente, hubo que tirar de ingenio para evitar achicharrarse...

Y apiadándonos de los lagartos que nos miraban con ojos implorantes, les dimos de beber un poquillo, en un hueco entre las piedras.... ¡si es que son más majos estos bichos...!

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